[micropost postales de la ciudad]
Mi barrio (que no es mi barrio de nacimiento ni de infancia, pero es mi barrio) tiene mucho aún del viejo barrio que fue. Tiene mucho pero como todos los barrios, va perdiendo desapercibidamente sus lugares, va construyendo otros. Anda andando, muchas veces sin siquiera la nostalgia de su andar.
Así, por ejemplo, este diciembre la casa de al lado dejó de ser de Celia (que se paraba todas las tardes - todas en la puerta de rejas blancas, me decía siempre que no sabía que yo había tenido un bebé, que qué lindo y filtraba de algún modo el recuerdo sus padres portugueses) y pasó a ser de una profesora de matemáticas, su marido y dos perritos blancos.
Del mismo modo me enteré que el taller de zapatos sobre la calle 60, que atendieron siempre (y ahora sé que ese siempre se extendió 56 años) dos italianos terriblemente rebeldes al castellano, va a cerrar. No sé la razón pues pasé casi sin mirar buscando pan con mitocondria. y un cartelito nuevo me llamó la atención. Pensé en la canción de Fernando Cabrera (que tan lindo interpretan los amigos de Tapeku'a y que pueden escuchar aquí), pensé en volver a despedirlos aunque para ellos quizás sea una borrosa y joven cara que han visto alguna vez en el almacén, en la feria o en su propio mostrador.
Adiós viejo barrio.
"No hay tiempo, no hay hora, no hay reloj,
no hay antes ni luego ni tal vez, no hay lejos, ni viejos, ni jamás…".
"No hay tiempo, no hay hora, no hay reloj,
no hay antes ni luego ni tal vez, no hay lejos, ni viejos, ni jamás…".