"La oposición artística constituye hoy una de las fuerzas que pueden contribuir de manera útil al desprestigio y a la ruina de los regímenes bajo los cuales se hunde, al mismo tiempo que el derecho de la clase explotada a aspirar a un mundo mejor, todo sentimiento de grandeza e incluso de dignidad humana"
Manifiesto por el arte revolucionario independiente, México, 1939
de Alejandro Nicolau |
Lectores asiduos de La Papelera podrán recordar lo que escribimos unos meses atrás sobre este mismo grupo teatral y su obra Amor de Músico (que sigue en cartel), así que aquí va nuestra segunda recomendación, a modo de insistencia, para que no se pierdan ni una ni otra.
Quizás te sorprenda I
Cierto prejuicio me ronda, para qué negarlo. Ese que engloba a los/las artistas (y también, más cercano a mi, a quienes hacen ciencia) en una gran masa de individuos despolitizados y descomprometidos con su entorno. Son pocos, es cierto, los que se movilizan ante causas justas o ponen su arte al servicio de luchas. Y son muchos, también es cierto, quienes creer formar parte de una selecta élite que los separa del resto de los mortales y de sus miserias.
Sé que mis prejuicios contra los artistas están basados en simplificaciones de la realidad, y pese a que respeto y disfruto el trabajo que muchos de ellos realizan (porque, como escuché por ahí, no vivo sólo de amor y política), siempre me queda el sinsabor de ese snobismo y la inmensa impotencia que me provoca que millones de seres humanos no puedan compartir el disfrute.
Contra ese prejuicio, Mariano Quiroga Curia (profesor, director, actor y entre otras tantas cosas, amigo), hace una campaña sistemática por demostrar lo contrario y ha logrado convencerme de que puede hacerse arte comprometido, militante y con una perspectiva revolucionaria.